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  • Foto del escritorComunicando UPSE

"Si no aceptan a Dios en su corazón, no van a salir de aquí"

Actualizado: 22 oct 2020

Foto recreación por Tacna Mejillón


¿Qué podría pasar en un paseo madre e hijas?, además de aventura y diversión, pasar un momento en familia, disfrutando y conociendo más la una de la otra, sin imaginarme que casi fue un viaje sin retorno.

Se acercaba el cumpleaños de mi mamá, era una ocasión especial porque estaba próxima a cumplir 54 años. Fátima, la mayor, planeó un viaje corto, un fin de semana madre e hijas, sin tecnología, solo disfrutar y pasar tiempo juntas.

Todo pintaba color de rosa, no imaginábamos nada malo. La salida estaba planeada para el viernes, sabíamos que sería dentro de la provincia donde vivimos, es decir, Santa Elena, pero no teníamos ni la menor idea de dónde era exactamente.


Marcaron las 17h00 y Fátima todavía no llegaba, con todas las maletas listas y ansiosas por la aventura que nos esperaba. Cayó la noche y el teléfono sonó, era ella, detrás del teléfono con voz misteriosa habló con mi mamá, “No podré ir a verlas, pero voy a enviarles una dirección y yo las alcanzo allá”, sin decir nada más, cerró la llamada.

Nos dirigimos a un lugar, que no recuerdo con exactitud cómo se llamaba. Esperábamos encontrarla allá a mi hermana; llegamos y había más personas, extrañamente todas mujeres, de pronto se nos acerca alguien y nos preguntan, ¿De parte de quien vienen ustedes?, mi mamá respondió sorprendida y con recelo, de Fátima C., la señora sonriente dijo, “listo, síganme por favor”, terminó.

Entramos a una casa, o eso parecía en su exterior, pidieron nuestras maletas para colocarlas a un costado en la entrada, con un cinto rojo anotaban nuestros nombres para pegarlas respectivamente y nos condujeron por un callejón oscuro a cada una por separado. Cuando salimos de ese callejón nos encontramos en una sala llena de sillas plásticas blancas, el color verde claro de las paredes iluminaba el lugar.

El reloj seguía corriendo y cuando marcó las 18h00, el ruido estremecedor de música cristiana daba inicio a lo desconocido. “Bienvenidas queridas hermanas al primer encuentro de mujeres”, gritó, quien indicaba ser la pastora, serán dos días de bendiciones y nuevas experiencias para ustedes. En ese momento supimos que todo fue una trampa de mi hermana y nadie podía salir, había resguardo en cada esquina.

Yo no escuché nada después del saludo, me quedé en blanco. Al terminar las indicaciones, formamos una fila, a lo lejos escuchaba a mi mamá molesta, pedía retirarnos porque no estábamos enteradas de este ‘paseo’, pero hicieron caso omiso a la petición.

Cuando creímos que nada podría ir peor y sin saber donde iban a llevarnos, el miedo y enojo me invadió todo el camino, no me daba buena espina. Llegamos a una zona desconocida dentro de la provincia de Santa Elena, al bajar del bus todo estaba oscuro, frío y rodeado de monte, a lo lejos se observaban unas luces, era una casa con pinta de hotel.

Cuando entramos, nos dividieron en pequeños grupos por edades. A cada uno le asignaron una hermana líder. De pronto estábamos seis mujeres desconocidas en una habitación, seguido a eso indicaron que teníamos 10 minutos para bajar.

Viernes por la noche, entré a una sala con paredes de color azul, la luz y el humo tornaba el ambiente tenso y misterioso, a cada una le asignaron un asiento, todas en la sala, mi mamá y mis hermanas en puestos diferentes. Podía ver de lejos su enojo, la desesperación se notaba a flor de piel.

La pastora dio apertura a la “Noche del perdón” de pronto en las manos teníamos un tríptico donde marcaremos cada uno de nuestros pecados, culpas, el Señor perdonaría todo, frente a mis ojos un altar, donde se encontraba una cruz gigante de madera, todos los trípticos serían clavados y a la mañana siguiente estaríamos libre de pecados ante los ojos del Señor.

De fondo la música cristiana de nuevo, mientras la pastora gritaba afirmando una y otra vez que el Señor perdona todos nuestros pecados acompañado del desesperante llanto de algunas mujeres. Antes de abandonar la sala, logré escuchar, “si no aceptan a Dios en su corazón no saldrán de aquí”, terminó. Yo solo quería salir de ese lugar y regresar a casa. Después de eso, nos llevaron a cenar.

En la habitación, agarré el celular para llamar a mi papá, cuando de pronto escucho a alguien detrás de mi decir, “entrégueme el celular y todo dispositivo de entretenimiento”, no quería problemas, todas hicimos caso a la disposición, me encerré en el baño para cambiarme de ropa y me acosté en la cama donde estaban todas mis pertenencias, en ella había una carta de bienvenida, entre otros obsequios, solo los agarré y metí en mi maleta.

Esa noche no pude dormir, sentía enojo, frustración con todo lo que estaba sucediendo, no quería estar en ese lugar, de pronto entre la oscuridad y el frío angustiante de esa noche, la líder salió de la habitación cautelosamente, mi ventana daba justo a la sala de reuniones y se observaba la luz encendida, todas las hermanas entraban una a una, eso era sospechoso.

A las 06h00 del sábado, el cronograma indicaba la ‘Purificación total’, reunidas de nuevo, para darle gracias al señor, hicieron la entrega a cada una del tríptico de la noche anterior, sorprendentemente, todos nuestros pecados habían sido borrados y perdonados por el Señor, los residuos del borrador que usaron esa madrugada se podían sentir en las manos, era gracioso, las cosas empezaban a cuadrar.

Charlas, relatos, gritos, era algunas de las cosas que me rodeaban ese día, las historias empezaban a tornarse intensas, una de las asistentes relató cómo el Señor cambió su vida, “El señor me hizo virgen de nuevo después de serle infiel a mi esposo”, contó entre lágrimas y con una sonrisa de oreja a oreja , el asombro de las presentes era notorio, en lo personal me parecieron fuera de lugar ese tipo de testimonios ya que habían incluso niñas en el retiro.

La situación empeoró cuando decidieron dividirnos en grupos de solteras y casadas. La actividad era ‘purificación vaginal’, quedé impactada. La líder a cargo empezó contando su testimonio, “yo era prostituta, me acosté con muchos hombres y hasta hace un año tengo al Señor en mi corazón”, finalizó su historia con tanta algarabía. Mi hermana pidió retirarse junto a nosotras, pero fue negada su petición, una de las señoras cuando me agarró de los brazos y al oído me dijo, “no impidas que el Señor ingrese a tu vida”, concluyó.

Formamos un círculo, cerramos nuestros ojos y respiramos profundamente, cuando de pronto se acercaban a nosotras, agarraban la mano derecha y colocaban gotas de aceite, pasando por cada una, abrí en algunas ocasiones los ojos para ver que sucedía a mi alrededor.

Terminaron de colocar el aceite en las manos y el siguiente paso de la actividad era, “introduzcan su mano en el pantalón y froten el aceite por su vagina, haciendo movimientos circulares para que puedan sentir al Señor como purifica su alma”, culminó la chica a cargo.

Cuando dijo eso, abrí los ojos y a mi lado estaba una ayudante, agarró mi mano queriendo introducirla en mi pantalón, pero puse fuerza para impedirlo. “¡No voy a hacerlo!, ¡quiero largarme de este lugar!”, grité, furiosa por lo que estaba pasando.

Mis hermanas asustadas también se negaron a hacerlo, pero a mi alrededor estaban ahí las niñas tocándose y haciendo expresiones de satisfacción, algunas de ellas, con la ‘ayuda’ de otra líder, otras viendo lo que estaban haciendo; exigí hablar con la pastora en ese momento y pedimos salir, pero solo me permitieron hablar con mi mamá a quien le conté todo lo ocurrido.

Esa fue la gota que derramó el vaso, mi mamá habló con la pastora y le dijo la verdad, estábamos ahí sin nuestro consentimiento, era un plan de mi hermana para volvernos cristianas. La llamaron por teléfono, pero no obtuvimos respuesta, intentamos con mi cuñado y tampoco contestó, mi mamá parecía bomba a punto de explotar, la pastora insistía para quedarnos porque mañana sería el último día. Mi mamá se negó, apenas saliera el sol a primera hora ella se iría con sus hijas.

Como no fue permitido ir a las habitaciones, volvimos a la sala de sesiones, a la última reunión del día. ¿Qué otra cosa podría pasar?, la actividad en esta ocasión era ‘Sanación’. Nosotras, apartadas del grupo observamos desde nuestros lugares ya que no realizaríamos eso. De repente las luces de la sala se apagaron y alguien empezó a hablar.

Cada líder agarró a una mujer y empezó a hablarle al oído, ésta comenzaba a temblar, lloraba, gritaba, hasta convulsionar en el piso hasta expulsar espuma por la boca, mi mamá intentó ayudarla, pero la pastora la detuvo y relató. “Ella ahora está recibiendo al señor en su corazón, hay que dejarla”. En un descuido, una líder había agarrado a mi hermana menor por la espalda, intentó soltarse, pero falló en el intento, le hablaba al oído, mi hermana empezó a temblar, mi mamá se percató y corrió a salvarla, empujó a la líder y la agarró, estaba temblando y llorando.

Mi mamá ya no soportó ver esa escena, así que pidió retirarnos, la pastora accedió. Esa noche empacamos nuestras cosas, la mañana siguiente sería crucial, la misión ‘sacarnos de ese infierno’. Domingo por la mañana, el sol resplandeciente anunciaba la luz al final del túnel, dispuestas a salir así sea caminando, pero llegábamos a casa. Nos fijamos y una camioneta había llegado a ese lugar, era una persona conocida y a mi mamá en ese momento se le prendió el foco y habló con él para sacarnos de ese allí.

La pastora dio luz verde para retirarnos de ahí, camino a casa nadie dijo una sola palabra. Llegamos casi al mediodía, tremenda sorpresa la de mi hermana, en la entrada estaba mi papá emocionado por nuestra llegada, pero mi mamá sólo corrió a su habitación a llorar, dejando en claro, “No quiero verla ni en pintura”, dijo, enojada mientras se acostaba en su cama.

Después del infierno ocurrido en esos dos días, a Fátima no la volvimos a ver hasta después de varios meses, una de mis hermanas tuvo episodios muy extraños durante varias noches, lloraba desconsoladamente, al parecer quedó mal después de lo que intentaron hacer con ella esa noche, por no dejar entrar al Señor en su corazón.


Ahora que estudio comunicación, me animo a escribir este hecho real, del cual quizás muchos han vivido y pocos han contando.





Crónica escrita por Dayanara Panchana Armstrong, quien se inicia en temas de relatos en este género y es estudiante de la Universidad Estatal Península de Santa Elena del Ecuador.

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