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Cuando el silencio se apodera de lo nocturno y el sonido de los grillos inundan nuestros oídos, así era la noche del 30 de agosto del 2020, un día casi común en épocas de pandemia.
Era alrededor de las 22h00 en el sector Vinicio Yagual, algunas familias se preparaban para apagar las luces de sus casas, otras que como la mía eran más activos en la noche, así que preferían apagarlas luego. Mi madre, una mujer amante al café, se preparaba en su taza favorita un expreso, con una cucharada tan pequeña de azúcar que hasta podía contar los granos en esta, un café muy amargo, pero de esa manera le gustaba.
Por otro lado, mi hermana descansaba en el mueble y miraba de vez en cuando las acciones que realizaba su hijo en el piso frente a ella, como cualquier madre preocupada. Teníamos la costumbre de reunirnos en la sala cuando ya era de noche, como si fuese parte de alguna regla que debíamos cumplir diariamente.
Cuando ya estábamos en los muebles, conversando como viejas chismosas las cosas que habían surgido durante la pandemia, escuchamos el timbre sonar una vez, pasaron unos segundos y otra vez el sonido se hizo presente. Mi madre Lorena y mi hermana Karen se quedaron viendo las caras con intriga, ya era muy tarde como para recibir una visita, así que sospechamos que era alguna broma.
Minutos pasaron y oímos una vez más ese sonido del timbre, pero en esta ocasión lo hicieron tres veces seguidas en menos de diez segundos. Lorena mostraba una cara de preocupación, tenía cierto temor en salir, pero todo cambió cuando logramos oír: “¡Ayuda! ¡Mi marido quiere matarme!”, esa voz desesperada pedía auxilio, logramos sentir un escalofrío recorrer por nuestros cuerpos antes de tomar la suficiente valentía para averiguar de dónde provenía la voz.
El reloj marcaba las 22h20, Karen le pidió de favor a mamá que cuidara a su niño, mientras ella y yo salíamos con prisa de la casa. Cuando abrimos la puerta principal el viento frío nos abofeteó el rostro, haciéndonos recordar lo tarde que era.
La escena que miramos frente a nosotras era espeluznante, nuestra vecina Miriam agitada, desesperada, muy asustada y con solo una toalla cubriendo su cuerpo, estaba en la puerta de su propia casa queriendo escapar de la persona que obstruía su salida, su esposo David.
A primera instancia parecía fácil para Karen quitar a ese hombre que medía y pesaba menos que ella, pero lo que no contábamos era que el sujeto tenía un cuchillo de cocina en sus manos. Miriam trataba de gritar en medio de su angustia, pero terminaba ahogando su propia voz por orden de su marido, los otros vecinos ni se atrevieron a salir.
Las lágrimas no se hicieron esperar, y mientras Miriam lloraba pidiendo auxilio entre dientes, Karen se acercaba lentamente para atacarlo por la espalda, pero su plan se vio fallido cuando él se dio cuenta de lo que hacía. Volví a entrar a casa, corrí lo más rápido que pude hacia el teléfono más cercano que tuviera y llamé a la línea de emergencia, mamá no entendía nada, por lo que en mi desesperación terminé dándole un resumen muy pobre de los sucesos.
Contestaron y lo primero que dije después de mi ansiosa espera fue: “Vengan, va a ocurrir un asesinato”, traté de calmarme lo más pronto posible y explicar con detalle la dirección que me pedía aquella voz femenina que me había respondido, lo último que logré oír de la mujer fue que en 15 minutos llegaría una patrulla.
El viento de las 23h10 se hizo presente, había pasado ya alrededor de 40 minutos desde que la llamada al ECU 911 se había efectuado, Karen trataba de hablar con David, por un momento creímos que la psicología podía funcionar, pero fue en vano, ya que él tomó de los cabellos a Miriam y la llevó casi arrastrando para entrar a la casa y cerrar la puerta a su paso, nosotras nos acercamos lo suficiente para escuchar.
Le pedimos a nuestra vecina que gritara, de esa manera podíamos saber si seguía con vida, el marido comenzó a insultarla: “¡Eres una zorra! ¡Una prostituta!”, se escuchaba dentro del hogar que horas atrás parecía pacífica.
El llanto proseguía, los gritos y sumado a ello los golpes que comenzaron a invadir el ambiente, una hora había pasado desde que escuché la voz que me había dado algo de esperanza, aquella que hace 60 minutos atrás me dijo que mandaría una patrulla. Mi hermana estaba cansada, la desesperación por querer entrar a esa casa con diminutas ventanas ya se mostraba de manera muy pronunciada en ella, su cuerpo temblaba, de vez en cuando tomaba mi mano, como buscando algún tipo de apoyo emocional ante la situación.
Mi cuerpo ya se sentía más tranquilo, debía mantenerme de esa manera para pensar con claridad y ayudar a Karen o terminaría colapsando. La caída de un florero, seguido de un grito que decía: “¡Por favor no! ¡Guarda eso por favor!”, nos llevaron a gritarle y prestarle toda nuestra atención otra vez al susodicho: “¡Si la matas irás preso!”, escuché la voz de Karen salir en un grito fuerte casi arrancándole las pocas energías que le quedaban.
No pasó muchos minutos cuando un grito desgarrador se hizo presente, para en ese entonces la espera ya se había alargado a una hora y media, Miriam empezó a llorar desconsoladamente mientras se quejaba del dolor, Karen en un acto de desespero, le pidió a nuestra vecina que corriera y que buscara un lugar donde esconderse, esta por supuesto no podía escucharla ya que sus gritos de dolor eran cada vez más fuertes.
Era ya media noche, el sonido de la sirena rompió con cualquier sonido en el ambiente, nuestro corazón parecía salirse del pecho, estaban llegando en el momento justo. Dos patrullas se establecieron en el lugar, los policías se bajaron del vehículo y con ello una voz que le gritaba al hombre que saliera de casa. Al no escuchar respuesta, los oficiales forcejearon la puerta hasta finalmente ingresar.
Mi hermana y yo mirábamos la escena, y a nuestro alrededor ya se presentaba alguna que otra persona curiosa. Miriam salió de su casa, esta vez acompañada de los policías y seguido de ellos su marido.
La mujer presentaba moretones en sus piernas, brazos y parte de su rostro, también presentaba una herida profunda en la mejilla que había sido hecha con el cuchillo. Se llevaron de inmediato al esposo, que en ningún momento mostró algún gesto de arrepentimiento. Nuestra vecina optó por quedarse, trataría la herida dentro de casa e iría a primera hora a poner la respectiva denuncia contra David.
Una hora y media tuvimos que esperar para que ese infierno se acabara, 90 minutos de llanto, gritos e insultos que no parecían tener fin.
Crónica escrita por Vivian Vera, quien se va incursionando en relatos de Géneros Periodísticos, es estudiante de la Universidad Estatal Península de Santa Elena del Ecuador.
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