Luego de almorzar y regresar a mi jornada de trabajo como de costumbre, esa tarde del 25 de julio, acudí a su llamado y volví a casa, Jessica, mi esposa, no se sentía bien de salud y sabíamos que todo esto respondía a un por qué, estábamos seguros que nuestra espera, llegaba a su fin, llegó el día en que naciera nuestro bebé.
Aitanita como la llamábamos desde el sexto mes de embarazo en el que nos enteramos que era una nena, ahora ya estaría con nosotros. Las cosas no se dieron como las teníamos planeadas, ni la fecha, ni el lugar, para recibir a nuestro bebé, lo único que teníamos listo, preparado y organizado, era ese gran amor de padres.
Esos cinco días en sala de espera no me afectaron, el frío, la incomodidad y el sinnúmero de peripecias que se viven en la sala de un hospital, no opacaban en lo mínimo mi felicidad, pues cuando sentía cansancio, bastaba observar la pañalera y la pequeña ropita que usaría mi niña, y mis fuerzas volvían, sabía que todo estaba bien y que sólo debía esperar al llamado del médico, escuchar sus indicaciones y que informen que ya podía ir con ellos.
Mis deseos se habían cumplido, era una hermosa niña, tal como yo quería, tan frágil, tan pequeña, a diferencia de lo que siempre escucho que un padre anhela tener un primer hijo varón, yo pedía lo contrario, pues me encantan las niñas.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, fue un día especial, cuando al fin pude cargarla en mis brazos, quería llamar y contarle a todo el mundo que ya estaba junto a mi esposa y mi reina, quería presumirles la hermosura y la ternura de mi hija.
Soy muy afortunado, y sé que mi felicidad ahora se complementa. Un beso en la frente a mi esposa, que llevaba un gran mensaje sin decir una sola palabra “Buen trabajo, mujer valiente”, un beso que significa respeto.
Ahora ya han pasado dos meses, y cada día la veo más bonita, seguiré mi camino con muchas ganas, dedicación y entrega, pues la tengo una razón más para seguir en la lucha. Le pido a Dios salud y vida y le doy gracias por tan hermoso regalo y gracias a tan noble esposa por esta bendición. Ahora solo me queda decir: "Te amo Aitana".
Crónica escrita por Oswaldo Rodríguez, quien se va incursionando en este tipo de relatos periodísticos, es estudiante de la Universidad Estatal Península de Santa Elena del Ecuador.
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