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Foto del escritorComunicando UPSE

Así se desayuna un domingo

Actualizado: 25 oct 2020

Foto-recreación


El sol amenaza con despertar, son las 08h30 de un domingo como hoy, tranquilo en la parroquia José Luis Tamayo de la provincia de Santa Elena, allí las personas transitan apuradas como si estuvieran huyendo y los pocos buses que circulan a esa hora ambientan el lugar.


A muchos ecuatorianos le apetece desayunar de forma contundente, más aún cuando no has tenido una 'buena noche', allí aparece el plato insignia: el encebollado.


No importa el día ni la hora, con pan o chifle, con o sin cebolla para los más conservadores. Algunos no les interesa el sitio donde lo venden, sin embargo, para mí es fundamental.


Este es uno de esos domingos y apenas pongo un pie en un tradicional local, mis oídos empiezan a retumbar con el estribillo de la canción “Amor y control” del panameño Rubén Blades. No suelo escuchar ese tipo de canciones, pero paulatinamente me va convenciendo.


Adentro, en la “Picantería Dieguito”, ubicada en la avenida 9, cerca del centro, existe un solo ambiente y la música tropical se difumina entre los gritos de varios niños, autos y murmullos de los comensales. Enseguida se forma la cola con gente amontonada para pagar, algo peligroso en estos tiempos de pandemia. La columna va desde la vitrina, donde almacenan la yuca hasta el asfalto agrietado.


Me percato que las siete mesas de madera están abarrotadas, algunas afuera con vista hacia la carretera, todas con un mantel de plástico bastante peculiar, habitual en esta clase de restaurantes. Este no es un comedor de formalidades, mientras unos buscan mesa, otros pagan en caja.


Se asoma el dueño, un señor de avanzada edad, con delantal y sombrero de vaquero, fuera de lo común en el pueblo. Junto a él están tres muchachos quienes despachan el producto en las icónicas tarrinas grises.


Me doy cuenta que, en el exterior del local, a casi tres metros de la calle, se encuentran ubicadas las ollas de dimensiones industriales que contienen el preciado líquido del encebollado, justo cerca de las vitrinas en donde almacenan la albacora desmenuzada, la cebolla cortada y otros utensilios.


Dos empelados van y vienen con pedidos, pero solo los toman una vez pagados. La rapidez de los jóvenes no permite que el cliente se altere o deje su lugar porque no llega la comida, aunque nunca falta alguien que se inquiete.


Mientras me impaciento en la columna de la caja, donde no hay nadie más que un joven tatuado con un canguro, un olor de especias bastante agradable invade mis ansias de degustar el platillo.


Ya son las 09h00. Han tenido que pasar media hora para salir del restaurante con tres tarrinas grandes, chifles y pan. La espera fue larga porque el domingo muchos tamayenses decidieron desayunar encebollado. Ahora sí, me toca desayunar.

Crónica escrita por Peter González Luna, quien se inicia en temas de relatos en este género y es estudiante de la Universidad Estatal Península de Santa Elena del Ecuador.

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